Estamos en el «Año Murillo»
Murillo, un pintor que me gustaba cuando era niña y despues aborrecí. Me pregunto a menudo el porqué y pienso que la razón es que, como otros muchos pintores de su época, el nacionalcatolicismo atrapó el imaginario de su pintura religiosa hasta convertirla en un kitsch de devocionarios.
Murillo (Sevilla, 1617-1682) es uno de los grandes artistas barrocos, un pintor
que revolucionó la pintura por su forma de contar la religiosidad de la
época y también con sus cuadros de costumbres. Durante siglos fue uno de
los más famosos maestros de la pintura y sus lienzos cuelgan hoy en los
principales museos del mundo.
Sin embargo, su figura fue apagándose a finales del siglo
XIX hasta que termina clasificado como un artista blando y cursi. Ahí
están las décadas de repetición y de falseamiento de su pintura en
banales estampitas de santos, en almanaques y en cajas de dulces de
membrillo. Ahora, que se está celebrando los cuatrocientos años de su nacimiento se pretende revisar su imagen. ¿Como podemos observar su obra omitiendo la idea de un pintor de escenas religiosas almibaradas?
En su época, en España, la pintura costumbrista no estaba muy bien vista pero el se atrevió a retratar el mundo de niños pícaros y mujeres de atuendos y vidas desaliñadas.
Aquella Sevilla del siglo XVII, ciudad a la que llegaban las riquezas del Nuevo Mundo es la que le gustaba retratar el pintor. Una pintura que no gustaba a la iglesia ni a la nobleza pero que fascinaba a los ricos mercaderes flamencos y holandeses que vivían en Sevilla.
Parece ser que Murillo viajó a Italia y supo integrarse en la revolución europea que cambió la historia del arte. Retrata en sus cuadros esos personajes anónimos que narrará la literatura picaresca, pero ante nuestros ojos quedan los cuadros de Inmaculadas y el mundo religioso. Los mercadres se llevan a sus casas de Flandes y Holanda sus pinturas, al bajar el volumen de negocio en la ciudad de Sevilla, y hoy en día esos cuadros están colgados en museos de todo el mundo.
Esa es la razón por la que Murillo ha sido más valorado
fuera que dentro de España. La popularidad que Murillo adquirió en el
siglo XVIII hizo que incluso Carlos III promulgara un decreto
prohibiendo la salida de lienzos del artista fuera del país.
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