Era un 23 de octubre de 1947 cuando André Gorz, uno de los mayores
exponentes de la ecología política, vio a Dorin Keir en un
baile en París, en la plaza de Saint-Sulpice, sin saber que se convertiría en el único y gran amor de su vida.
"Eramos tú y yo, hijos de la precariedad y del conflicto" "Estábamos hechos para protegernos el uno al otro. Necesitábamos crear juntos, el uno para el otro, un lugar en el mundo que nos había sido originalmente negado. Pero, para ello, era necesario que nuestro amor fuera también un pacto para toda la vida”.
"Acabas de cumplir 82 años. Y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace 58 que vivimos juntos y te amo más que nunca. Hace poco volví a enamorarme de ti una vez más y llevo de nuevo en mí un vacío devorador que sólo sacia tu cuerpo apretado contra el mío.
Por la noche veo la silueta de un hombre que, en una carretera vacía y en un paisaje desierto, camina detrás de un coche fúnebre. Es a ti a quien lleva esa carroza. No quiero asistir a tu incineración; no quiero recibir un frasco con tus cenizas.
Oigo la voz de Kathleen Ferrier que canta ‘Die Welt ist leer, Ich will nicht leben mehr’ (El mundo está vacío, no quiero vivir más) y me despierto. Espío tu respiración, mi mano te acaricia. A ninguno de los dos nos gustaría tener que sobrevivir a la muerte del otro. A menudo nos hemos dicho que, en el caso de tener una segunda vida, nos gustaría pasarla juntos”.
El 22 de septiembre de 2007, sobre la cama que los acogió durante casi seis décadas, se inyectaron una sustancia letal.