En esa época se estableció en la ciudad un hombre de origen etrusco, Lúcumo, nacido en Tarquina. Lúcumo era rico y ambicioso y su mujer, Tanaquil, lo convenció de trasladarse a Roma para buscar prestigio.
La familia llegó a Roma en un lujoso carruaje pero a las puertas de la ciudad un águila cayó en picado sobre la cabeza de Lúcumo y le arrebató el gorro. Se quedaron muy sorprendidos pero cuando Tanaquil vio que el ave colocaba de nuevo el gorro sobre la cabeza de Lúcumo enseguida se percató que su marido estaba llamado a recibir grandes honores.
Adquirieron una casa lujosa, en el barrio más rico de la ciudad y Lúcumo romanizó su nombre y pasó a llamarse Lucio Prisco, intercalando Tarquinio, para no olvidar su origen Etrusco.
Organizó fiestas y banquetes invitando a la gente más importante de la ciudad. Sus amigos y huéspedes le denominaron simplemente Tarquinio.
Se ganó incluso la confianza del monarca Anco Marcio, que lo nombró consejero y tutor de sus hijos.
Cuando falleció Anco Marcio, la corona debería pasar a uno de sus hijos, pero Tarquinio les organizó una cacería para alejarlos y convocó al pueblo para convencerles que el sería el mejor rey y así sucedió.
Cuando regresaron los príncipes no tuvieron más remedio que aceptarlo, aunque meditaron la forma de vengarse.
Tarquinio fue un rey tirano, odiado por su pueblo que lo apodó como Tarquinio el soberbio. Realizó importantes campañas militares y realizó grandes obras, como la construcción del Templo a Júpiter. Pero pese a sus logros, el pueblo no podía soportar su tiranía.
El desencadenante de su caída fue el suicidio de Lucrecia, víctima de una violación perpetrada por un hijo de Tarquinio. La ciudadanía, encolerizada al enterarse del suceso, decidió expulsar al rey y a toda su familia.
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