Castelao, tenebrismo de luz norte
En el centenario de su llegada a
Pontevedra y de la Fundación de As Irmandades da Fala, el sexto
edificio del Museo de Pontevedra alberga hasta el 5 de junio la
exposición «Castelao artista. Os fundamentos do seu estilo (1905-1920)».
Su comisario Carlos Valle defiende la tesis de un Castelao
comprometido con la pintura y reúne por primera vez todas sus obras de
gran formato.
Castelao fue pintor en uno de los
períodos más convulsos y fértiles de la historia de la pintura. Las
vanguardias históricas pusieron patas arriba la academia y los
manifiestos se sucedían y, a la vez, se negaban unos a otros. En esa
época el artista se separa de su público y comienza en solitario la
búsqueda incesante de caminos nuevos. La mayoría de estos lenguajes son
universales e intercambiables, sin un apego especial a un territorio o
a una colectividad. El neoplasticismo y el constructivismo transitan
por caminos aledaños desde sociedades bien distintas. El artista no
puede esperar a su público. Está solo y se comporta como el visionario
que sabe algo que los demás ni siquiera imaginan. Sus logros serán
asumidos muchos años después. La comunicación se verá fracturada porque
el código es nuevo y su vigencia solo podrá ser medida con el paso del
tiempo. El mismo tiempo necesario para que el público llegue a
comprenderlo y a hacerlo suyo.
Castelao fue pintor en esa época y
estaba informado. Conocía perfectamente lo nuevo porque lo había visto
con sus ojos, en el curso de sus viajes. Pero Castelao no era capaz de
comulgar con el feroz individualismo del artista nuevo. El motor de
Castelao siempre fue Galicia y en ella encontró todo lo que necesitaba
para levantar su obra. Su mirada es obviamente muy política y está al
servicio de su pueblo, sin concesiones a la moda. No hay rastro de esa
ambición gregaria de la que a veces adolecen los más arribistas, los
que se alistan en la nueva legión que la crítica ampara. Castelao nunca
se desvió de su destino, por lo que el lenguaje empleado es natural y
vernáculo. Nace de la propia tierra.
Ahora bien, en la pintura Castelao tuvo
que adoptar una postura estética y un modo de hacer. La pintura siempre
exige una toma de posiciones y tiene sus propios problemas. La pintura
también es una patria. Una vez montado el lienzo sobre el caballete el
pintor afronta el hecho de pintar con una necesaria desnudez
ideológica. La pintura plantea sus propias preguntas. En ese momento es
más útil invocar a Velázquez que a Karl Marx.
En Mariñeiros de 1909, una de las
obras más claramente pictóricas presentes en la muestra, el color está
tratado con un luminismo cercano a Sorolla. Pero las figuras están
perfiladas como si finalmente el dibujo le pudiese a la mancha. Es un
Sorolla embridado. Esta supremacía del dibujo sobre la pintura es algo
que unos años más tarde también veremos en la obra de Carlos Maside.
Castelao siempre es dibujante. Su manera
de dibujar es muy contemporánea y hoy su estilo conviviría sin
problemas en la escena del cómic más actual. Los ciegos son personajes
muy recurrentes en su imaginario y precisamente los carteles de ciegos
son una forma arcaica y profundamente popular de lo que hoy conocemos
como cómic. Castelao tenía los mimbres de algo que aún no existía. Tal
es su importancia.
Castelao parece que pinta cuando dibuja y
parece que dibuja cuando pinta. No adopta un registro distinto, sino
que adapta las ya mencionadas necesidades de la pintura a su personal
manera de contar. El pincel y la pluma cuentan una misma historia. Es
ahí donde se distancia de sus contemporáneos porque la buena figuración
siempre se apoya en una narrativa y Castelao fue capaz de construir
una crónica fiel de su tiempo, empleando los medios artísticos al
servicio de un fin. Y lo hizo sin desatenter la calidad de su pincelada
ni la potencia de su mancha. Era, no hay duda, pintor.
De la ilustración a la pintura hay un
salto de código. La entrada a otra dimensión. Aparecen la liquidez, el
empastado y todas las vicisitudes del material. Las peripecias ópticas
de la composición y las lecciones de los viejos maestros. Pero, sobre
todo, hay algo físico: un espacio que el espectador debe ocupar. Esa
ruta sigue abierta y hoy artistas como El Roto aún la transitan. Del
papel prensa al libro. Del libro a la tela. Del quiosco a la galería de
arte. Este viaje no es siempre afortunado. En Castelao sí.
Para comunicarse con su pueblo Castelao
no cae en el folclorismo ni en soluciones amables. Es como un gran
observador barroco de las clases populares. Hay más épica en la
emigración que en un gran cuadro bélico o religioso concebido para
mayor gloria de la alta burguesía que, a la postre, es quien paga. Los
personajes de Castelao son humildes pero no exentos de dignidad. Las
caras arrasadas de los ciegos y la honda pincelada, que nada tiene que
envidiar a un Zuloaga, retratan la tierra y quien la habita. El
labriego es el protagonista. Y el pescador. Y el trabajo y los oficios.
Como en El Ángelus de Millet. Castelao intelectualiza su lenguaje
pictórico descendiendo en su discurso para mirar a los ojos de su
vecino, para compartir su pena o su miseria, en definitiva, para dar
voz a quien no la tiene. No necesitó subirse al caballo desbocado de
ninguna vanguardia para poner la pintura gallega en el camino que luego
Maside y Seoane ayudaron a construir.
No obstante en el texto de su célebre conferencia Algo acerca de la caricatura
utiliza fundamentos teóricos propios de vanguardia para colocar el
arte de la caricatura en el lugar que le corresponde. Dice Castelao que
la caricatura no exagera, sino que hace una selección de los rasgos
esencialmente expresivos. Para decir más con menos. Esto es economía de
medios. Esto es minimalismo. Dice además que el cerebro es más rápido
que los sentidos y que la percepción. Que la evolución humana y el
progreso avanzan hacia lo concreto. Esto es arte concreto. Pura
construcción. Esto demuestra una vez más que Castelao conocía los nuevos
rumbos que se abrían paso pero prefirió recoger la herencia de grandes
dibujantes como Honoré Daumier y mucho antes de grandes creadores de
historia gráfica como el propio Goya, para construir el libreto
ilustrado de este país.
En los grandes formatos es donde se
muestra más seguro, con un dominio de la composición y la luz notables.
Hay una especie de tenebrismo de luz norte que acerca la pintura de
Castelao a la Escuela vasca del ya mencionado Zuloaga, de Aurelio
Arteta o de José Arrúe. Comparte con ellos la necesidad de idealizar el
paisaje, el labriego y la romería. La necesidad de ofrecer un
testimonio pictórico de una tierra abandonada.
Información- Vitor Mejuto- LA VOZ DE GALICIA
No hay comentarios:
Publicar un comentario