lunes, 1 de octubre de 2018

Tamara de Lempicka- EXPOSICION

 

 

Tamara de Lempicka

Exposición en Madrid, España 05 oct de 2018 - 24 feb de 2019
 Amiga —cuando no amante— de reyes exiliados y aristócratas de alta y baja estofa, perpetradora de fiestas y orgías, cocainómana y cazadora nocturna en busca de marineros que llevarse a casa, fiera bisexual, trabajadora impenitente, amante y militante del lujo y la decadencia burgueses, inspiración de modistas y diseñadores, icono pop e influencer adelantada a su tiempo-
 Tamara de Lempicka conoció a Alfonso XIII durante el exilio del Borbón en Roma tras la proclamación de la II República. Pero fue según ella en la pequeña localidad balnearia de Salsomaggiore Terme, al norte de Italia, donde el rey posó para la pintora en varias sesiones. 

 Algunos diarios locales de la época, como el Salsomaggiore Illustrato, se hicieron eco de la noticia, corroborada por la autora en una carta al galerista italiano Gino Puglisi: “Estoy retratando al rey de España”.

 Autorretrato en el Bugatti verde, la obra más popular de la artista.
 Una mujer al volante de su automóvil (aunque la artista no tenía un Bugatti, sino un Renault, y no era verde, sino amarillo), decidida a la vez que etérea, la mirada confiada a la par que serena, uno más de los personajes fríos y metálicos que salieron de su paleta. La misma mujer que jugó en los años veinte y treinta a hacer más o menos lo que le vino en gana; la devoradora de hombres y de mujeres; la pintora amiga de Picasso, Cocteau, Gide, Orson Welles, Tyrone Power, Greta Garbo y Dalí (con quien compartió galerista, Julien Levy); la fiera nocturna que de vuelta a casa, ya de madrugada e incrustados en su cuerpo y en su mente los efluvios de los sucesivos paraísos artificiales, se ponía a pintar veloz, obsesivamente, en su estudio de la Rue Méchain de París. Olvidando a sus sucesivos amantes y a sus sucesivos maridos y  a su hija Kizette.

 Fue una pintora inclasificable que bebió de las fuentes del Renacimiento italiano, influida por Ingres y por el cubismo sintético de su maestro André Lhote, una artista de estética personal e intransferible (estética de la decadencia, podría decirse) que tuvo a sus pies lo mismo a cientos de amantes que a los más importantes coleccionistas de los años veinte y treinta, pero que, sin embargo, nunca interesó demasiado a los responsables de los grandes museos, incluido el Pompidou de París, a quien donó varias obras que no suelen exhibirse en la colección permanente. 

Grandes del mundo de la moda como Krizia, Dolce & Gabanna, Prada, Karl Lagerfeld, Gianni Versace o Elie Saab le hicieron sendos homenajes en sus creaciones. Vivió en Moscú y en San Petersburgo, de donde huyó de la Revolución Rusa con su esposo, Tadeusz Lempicki, y sucesivamente en Lausana, Copenhague, Roma, París, La Habana, Beverly Hills, Nueva York, Boston y Cuernavaca. Fue baronesa, se comió la vida, el arte fue para ella lo más importante, no se puso reglas morales, fue una mujer ambigua llena de luces y sombras, medio polaca y medio rusa, una estrella mundial en su tiempo luego caída en el olvido y finalmente resucitada en la gran exposición que el galerista Alain Blondel montó en París en 1973. Tamara de Lempicka entre el oro y el fango. Puro exceso. 
Información EL PAÍS 

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