Durante mucho tiempo Pigmalión, Rey de Chipre, había buscado una esposa cuya belleza correspondiera con su idea de la mujer perfecta. Al fin decidió que no se casaría y dedicaría todo su tiempo y el amor que sentía dentro de sí a la creación de las más hermosas estatuas. Al fin se enamoró de una estatua femenina de marfil esculpida por él mismo. Era una mujer de rasgos perfectos y hermosos. La llamó Galatea y soñó que cobraba vida.
Bronzino
En una de las grandes celebraciones en honor a la diosa Afrodita, Pigmalión suplicó a la diosa que diera vida a su amada estatua.
Jean-Léon Gérôme
Ovidio dice así sobre el mito en el libro X de Las metamorfosis: «Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo.
Edward Burne-Jones
Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez, y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos.» Afrodita terminó de complacer al rey concediéndole a su amada el don de la fertilidad y así al poco tiempo nació una hija a la que llamaron Safo, quien, a su vez tendría una hija llamada Ciniras.
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