Voz profunda; lenguaje a ras de calle; cientos de vivencias para ir evocando; un pitillo apagado en una mano y en la otra un bastón que, por momentos, cambia por la copa de vino que le sirven en su terraza habitual. Es Alfonso Pedro Abelenda Escudero (A Coruña, 1931). Para un pintor perder la vista es un trauma, «para cualquiera es una cabronada», sentencia quien, con 19 años, fue campeón de España de 110 metros vallas. Hace un tiempo perdió gran parte de la visión a causa de una operación errónea.
Ahora está pendiente de someterse a otra con la que espera recuperar «una pequeña parte» en el ojo derecho, similar a la que conserva en el izquierdo. «Voy con el perrillo que me guía, es un chihuahua; el tío se sabe el camino perfectamente, me fío de él. No es un perro-guía pero como si lo fuera», relata. El can se llama «Tarzán... Tarzán del Orzán, le gusta más esa playa que la de Riazor y pasea por allí para ver a los colegas».
Alfonso Abelenda sigue pintando, «con limitaciones. Estar inactivo es lo peor». Pinta «con algunas ayudas, unas luces especiales; voy trabajando lentamente... Si sale con barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción [ríe]». Son obras que más adelante darán para una exposición. Eso espera. «Esto de la pintura es un diálogo entre el lienzo y tú. El cuadro a veces manda, protesta, te dice qué c... me estás haciendo, quita esto que me has puesto aquí...», describe su pelea pictórica casi diaria.
Evoca Abelenda cómo empezó a dibujar para ingresar en la Escuela de Arquitectura de Madrid: «Tardé seis años en aprobar dibujo para entrar. Los exámenes eran satánicos». Y cuando entró, «de 500 aprobamos 12». No terminó Arquitectura, «me gustaba y trabajé una temporada; lo peor era el trato con los constructores. Lo que hice fueron proyectos de casas y venían las señoras con la pamela a encargar el chalé...». Evoca a Eduardo Chillida, «estaba el colegio mayor Cisneros y yo en el Nebrija. Fue portero del Osasuna; era un tío espectacular». Recuerda a otro amigo, el arquitecto coruñés Antonio Tenreiro: «Hizo la carrera rápidamente; era un gran matemático, un gran pensador, deportista y un gran dibujante y pintor; traía novedades de todo el mundo».
Alude a sus viajes en los años 50 y 60: «Estás en plena capacidad de asombro y te largas a Madrid, a Londres a Nueva York... Hasta a Moscú, que era un coñazo». Allí fue con un compañero que llevaba carné del Partido Comunista español y le preguntaron «si se lo había dado Franco». Otro amigo militar les decía en el club de oficiales de la Academia Militar de Moscú que allí con el comunismo «no ha cambiado nada. Antes, el que mandaba era el gran duque Vladimiro, ahora se llama el comisario Vladimiro, pero es lo mismo [ríe]».
Tiene historias para escribir un libro. Hace ejercicios «para no perder la memoria». Confiesa que ha perdido uno de sus placeres: «Leer en la cama»; ahora lee con lupa, aunque «soy lento y te da una pereza cabrona».
La voz de Galicia
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