domingo, 24 de noviembre de 2013



Se dice que cuando ella tenía 12 años unos titiriteros visitaron Valga y ella se marchó con ellos.  Se sabe de su aparición en Cataluña y de alli su paso a París como artista y con el nombre de Carolina Otero.  Aquel París de finales del siglo XIX, de la libertad, de la Belle Époque





 El baile, el movimiento de su cuerpo perfecto, su seducción en los escenarios, todo acompañado de inteligencia, tesón y buen hacer, encandiló a hombres ricos y poderosos. Príncipes, zares, hombres de negocios, todos se rindieron a sus pies, y se cuenta que en algún caso alguno llegó al suicidio. Su forma de vestir, sus joyas, sus conquistas, en fin su vida, sirvieron de base para novelas, crónicas mundanas, revistas y hasta películas.


Supo relacionarse con el mundo de la cultura de la época. Se reunía con mujeres sabias en el Círculo Sáfico de París. Mujeres de enormes fortunas que cultivaban la poesía y el canto. Carolina, a medida que iba conociendo el lujo, el mundo de las fiestas y la elegancia, del amor de grandes mandatarios mundiales iba creando su propia historia de mentiras. Contaba que había sido condesa, que había alternado con la corte española. Todos la creían.
Un agente se enamoró de ella y la llevó a Nueva York, su triunfo en America fue apoteosico.    Todos querían ver a la española.  Toda la sociedad neoyorkina se dio cita para aplaudirla, no cantaba ni bailaba bien pero sus ojos y sus contoneos resultaban muy sensuales. Tenía algo especial que hechizaba a los hombres.


Se cuenta que entre sus amantes estaban el millonario William Vanderbilt, Alberto de Monaco, que la aficionó a los casinos, Alfonso XIII,  el Príncipe de Gales, el Káiser Guillermo y el mismísimo Nicolás, zar de todas las Rusias. Ella decía " no se le puede llamar a un hombre feo si hace buenos regalos".





Cuando en una madrugada de abril de 1965 murió una loca solitaria que malvivía desde hacía años en una pequeña habitación de una antigua pensión de Niza nadie se acordó, nadie lloró por aquella anciana de  95 años que había llegado a tener una fortuna de millones de francos, unos cuarenta millones de dólares de aquella época.  Había dilapidado su  dinero en correrías nocturnas y en los casinos. Se había retirado de la escena despues de la Primera Guerra Mundial con el deseo de que el mundo la recordara joven y bella. Vivía en su lujosa villa de Niza, pero las deudas de juego la arruinaron. 



 La Bella Otero, la musa de pintores y poetas, del Folies Bergére, la que figuraba en todos los carteles de Paris dejó una carta manuscrita, enviada oficialmente, a través del embajador al alcalde de Valga, provincia de Pontevedra, en Galicia- para notificar que los beneficiarios de su testamento serían  los pobres de Valga

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