sábado, 21 de julio de 2018

EL CALOR AFLORA SENTIMIENTOS





 Doy gracias a la vida por haberte conocido Julio. Amigo mío debe ser cosa del tiempo, acabo de ver, tambien en facebook, las reflexiones de otro amigo, en este caso recurre a Jorge Luis Borges...Deben ser golpes de calor, no le demos más importancia...


Es algo que no es de ahora, que me viene pasando desde hace años: decido dejar de hacer teatro, y escribirlo, pero entonces sucede algo que me lo impide.
Esta vez, sin embargo, no ha sucedido nada, me he quedado en blanco, y a sabiendas de que, ahora sí, va en serio. 

Estaba preparando "Mer ou o invisible (alialxias)" y descubrí en el sobrado de mi casa (en el pueblo) un montón de cántaros: mi tío, fallecido hace años, se ganaba la vida comprando y vendiendo esos cántaros con alma, y algunos de ellos habían quedado abandonados allí, como aguardando durante años y años que yo subiera a visitarlos. 

Me estaba quedando sin aire, algo raro: respiraciones involuntarias cada poco y a lo largo del día, en cualquier momento. Pensé que era ansiedad, pero más tarde vinieron los pinchazos en el pecho y en la espalda, y entonces supe que algo importante no iba bien.
Por la noche, después de visitar los cántaros, destapé un artilugio que había permanecido bajo una sábana desde la muerte de mi padre: un afilador que funcionaba gracias a un trepidante motor de lavadora, capaz de afilar cualquier cosa en un instante, y lo puse en marcha: se me ocurrió afilarme los dedos para ver si saltaban chispas (los mismos dedos con los golpeo este teclado).
Desde que me dedico profesionalmente al teatro solo tengo pérdidas -no miccionales, de momento, pero sí en otros muchos sentidos-, y económicas desde luego: no me da ni para pagar un par de meses de autónomo al año. 


Es cierto que hay salas -y público- que me han apoyado, no lo niego, y guardo de todo esto magníficas experiencias: soy consciente que para algunas personas era importante lo que hacía, y lo sigue siendo, o eso creo. Pero por contra, también he tenido muchos desprecios, incomprensiones y soledades, y sobre todo, el sentimiento generalizado de que aquí, en Galicia, pero quizá tampoco fuera, no voy a conseguir nunca abrir un hueco, de esos huecos que te permiten no tener que volver a empezar desde cero, año tras año. 




Como escritor de teatro tampoco me ha ido mejor, confieso, y pese a algunas luces abiertas que no ignoro, lo cierto es que, la mayor parte del tiempo, sigo escribiendo para mí como casi único receptor. En fin, esto no es para quejarse: a fin de cuentas he escrito cuanto he querido y como me ha dado la gana. Y las obras, por decenas -o veintenas-, están ahí, ocupando una carpeta en Windows que pesa lo suyo... Pero entonces, ¿para qué escribir algo nuevo? Voy a cumplir 55 años, llevo escribiendo desde los 16, y quizá sea el momento de parar: no hay nada más que decir.


Mañana iré a Ribadavia, por el tema de una lectura de un texto que publica la RGT... Contradicciones... Es curioso, además, que tras años solicitando una oportunidad para participar en el Festival de la MIT (al igual que en otros festivales de Galicia), se dé la circunstancia de la lectura de esta pieza conjunta -escrita con mi amigo Oti- sobre el silencio -que en parte compensa, aunque amargamente, el silencio que me he visto obligado a ejercer en teatro, por falta de oportunidades reales-.
Que nadie se alarme, no pasa nada malo por mi cabeza, mi despedida no es una tragedia, más bien una liberación, y además: sigo abierto a colaborar, si alguien me lo pide, con proyectos ajenos: hace poco se daba el caso con una compañía (gracias Xosel y Helena), y feliz de aportar. Y pese a que realmente han sido muy pocas las ocasiones (no más de 3 en doce años), creo que este camino es más saludable que el mío propio: sufro menos.
Me quedé mirando los cántaros, luego me acerqué a uno de ellos, y me pareció sentir el aire que había dentro -el aire almacenado-, y por primera vez desde hacía tiempo tuve la impresión de que tenía salud, la salud que yo había creído perder a causa de los fracasos, no solo profesionales, también personales, y que me rondaban desde hacía demasiado tiempo.
Oí la alegre voz de mi hija, de seis años, y me dije que quería estar con ella, disfrutar plenamente con ella de la vida que me quedaba, porque era ella lo que de verdad tiraba de mí, y que lo demás poco debía importarme.
"Mer ou o invisible" es una despedida (de más de treinta años de dedicación al teatro) que hasta diciembre tampoco "ensayaré" con Carmen M., quien me acompañará en esto, pues el estreno es en Enero, si no pasa nada, en Teatro Ensalle.
Mientras tanto, creo que quedan funciones comprometidas -algunas en precario, todo sea dicho-, de Optimismo, de Paisajes... Con ilusión las haré: es importante cerrar los ciclos bien, y no en falso.


Julio Fernández
 «Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. (…) Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos».

J.L. Borges

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