lunes, 2 de marzo de 2020

Igor Mitoraj



El escultor de origen polaco Igor Mitoraj (Oederan, Alemania, 1944) falleció el 6 de octubre de 2014 en el hospital Saint-Louis de París, donde estaba siendo tratado de una grave enfermedad. Conocido en todo el mundo por sus gigantescas esculturas en bronce y mármol, Mitoraj denunciaba la desidia y el abandono padecido por las obras maestras de la antigüedad, a través de bustos masculinos tumbados, cabezas fracturadas y miembros partidos. Alumno del pintor, escenógrafo y director de teatro Tadeusz Kantor, en la Academia de Bellas Artes de Cracovia, donde se crió, Mitoraj se trasladó a París a finales de los sesenta y en 1983 abrió un taller en la localidad toscana de Pietrasanta, las dos ciudades que le han rendido los últimos honores.

Siguiendo sus deseos, tras ser incinerado en la capital francesa, sus cenizas se quedarán en la ciudad italiana, célebre por la gran densidad de escultores, atraídos por las cercanas canteras de mármol de Carrara y los talleres artesanos. Para Pietrasanta, donde se conservan muchas de sus obras, incluidos dos frescos para el Ayuntamiento, atípicos en su trayectoria, Mitoraj estaba preparando una gran muestra, prevista en marzo de 2015, que se celebró  sin su presencia.
Desde su primera individual como escultor en la galería La Hune de París en 1976, Mitoraj no dejó de producir y exponer, alcanzando un lugar destacado en el mercado y una enorme popularidad. En España le representaba la galería barcelonesa Joan Gaspar, que en 2008 organizó, junto con la Fundación La Caixa, una itinerancia por nueve ciudades españolas de una cuarentena de piezas de gran formato. “Le conocí en 1989 y desde entonces le expuse regularmente. Era un artista generoso, capaz de reflejar las andanzas del hombre a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Nació en la Alemania ocupada por los rusos, creció en Polonia y, tras una larga temporada en Colombia y México, se quedó entre Francia e Italia. Conocía y entendía muy bien nuestra cultura y sus obras se conservan en muchas colecciones españolas”, asegura Joan Gaspar.
Pese a que la crítica no siempre le apoyó, el gran público le adoraba. Quizás fuera porque sus héroes caídos, a menudo, representados solo por miembros mutilados o enormes rostros de ojos vendados y cuencas vacías, conseguían transmitir el malestar del hombre contemporáneo y su precariedad y fragilidad.

Entre centenares de muestras aún se recuerdan las de los jardines de las Tuileries en París, los Mercados de Trajano en Roma y un proyecto de 2011 para Agrigento en Sicilia, donde instaló 17 esculturas en bronce, a lado de los restos arqueológicos de la Grecia antigua del Valle de los Templos. Sus personajes mitológicos, herederos del arte clásico, están diseminados por medio mundo, desde el parisino barrio de la Défense hasta las puertas bronceadas de la basílica de Santa Maria degli Angeli en Roma, donde también esculpió una Anunciación para los MuseosVaticanos 
EL PAIS
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