viernes, 4 de agosto de 2017

PASAR POR EL ARO



 Leí, uno de estos días, un artículo de PEREZ REVERTE sobre Emilio, un perroflauta que no se quiere someter. Lo califica Perez Reverte como inteligente y culto, un hombre que se jubiló anticipadamente, prefiriendo vivir de una pequeña pensión antes de seguir trabajando para una gran multinacional, vistiendo traje y corbata. Total lo único que necesita Emilio es leer,  oir la radio, tomar un café en un bar y echarse un cigarrillo de vez en cuando. Sus hermanas se encargan de administrarle sus escasas finanzas y pagan la luz, agua y como se niega a tener tarjetas de crédito le dan el poco dinero de bolsillo que Emilio necesita.

El problema es que Emilio, un día que iba a entrar en un café se dio cuenta que no llevaba dinero en el bolsillo y entró en un banco. Despues de esperar una cola que le pareció interminable, al llegar a la ventanilla le pidió a una joven, que en principio le parecio atenta, cincuenta euros.  La chica amablemente le explicó que las cantidades menores de  600 euros había que sacarlas del cajero automático. "No tengo tarjeta y no quiero tarjetas".  La mujer intentó convencerlo asegurandole que la tarjeta no le costaría nada. Emilio, ya enfadado, le contestó: "No quiero tarjeta, solo quiero 50 euros de mi cuenta"


 Cuando la cola ya llegaba a la puerta, se acercó el director a interesarse  "tienes que comprender las normas" "la tarjeta es un instrumento muy práctico para el cliente"- Le dijo.

  Emilio miró atrás, como buscando a quién se dirigía el otro: «¿Me hablas a mí? –respondió al fin–. Porque, mira, soy viejo pero no soy gilipollas». El director tragaba saliva, insistiendo en que el interés del público, la comodidad, etcétera. «¿La comodidad de quién? –inquiría Emilio–. ¿La vuestra?». El otro siguió en lo suyo: «Te hacemos una tarjeta ahora mismo, sin comisiones». 



Emilio ya gritó «Además, eres tonto del haba. Porque el dinero, aunque sea poco, es mío y seguirá aquí. Pero con tanta tarjeta, tanta automatización y tanta mierda, al final quien sobrarás serás tú –señaló a la cajera– y todos estos desgraciados, porque os sustituirán las putas máquinas».
Entonces el director tragó saliva y se volvió a la cajera. «Dale sus cincuenta euros», balbució. Y en ese momento, Emilio el Perroflauta, erguido en su magnífica e insobornable gloria, miró con desprecio al pringado y le soltó: «¿Pues sabes qué te digo?… Que ahora tu banco, tú, la cajera y los empleados que tienes a estas horas tomando café podéis meteros esos cincuenta cochinos euros en el culo. Ya volveré otro día». Tras lo cual se fue hacia la puerta con paso firme y digno.

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