domingo, 7 de junio de 2015
BENJAMIN EL PELUQUERO
Cuando abri los ojos, de di cuenta inmediatamente que tenía que pasar lo más desapercibida posible por este mundo. La verdad es que tuve bastante suerte. Mis padres trabajaban tanto que ni se acordaban de mi existencia.
No me gustaba ir a la escuela y tenía que ir, pero no me gustaba comer y no comía. Lo malo era cuando se daban cuenta de lo desmejorada y descolorida que estaba, comenzaba el suplicio. Los ponches de quina con huevo, el aceite de higado de bacalao, y, lo único que me gustaba, unas cosas que eran como cagaditas de ratón que sabían a chocolate. ´Según mi madre esas cosas que eran de calcio fueron las que me salvaron.
Pero lo peor de todo fue cuando le dijeron a mi padre que era muy bueno llevar a los inapetentes al mar y hacerles unas inmersiones durante nueve días seguidos.
El primer día que me llevó a Samil me pilló distraíada y aún me parece que me duele la garganta de la cantidad de agua salada que tragué, pero el segundo dia corrí de tal forma que mi padre aun se rie cuando lo recuerda y dice que no había visto a nadie dar tales zancadas por la arena.
Pero lo que más me dolía de que mi padre se percatara de mi existencia era por el pelo. Yo miraba en sus ojos los deseos de llevarme a Benjamín y ya temblaba.
En aquel tiempo estaba muy de moda el "garçón". Mi padre debió enamorarse de alguna de aquellas que salian en las películas con ese peinado y las pagaba yo.
Benjamín tenía una peluquería en la Rúa de Santiago. Era una peluquería de hombres pero mi padre me dejaba allí y decía: "Venga rápala bien".
Mi mayor deseo era tener el pelo largo, en tirabuzones, como Margarita, una compañera de clase que parecía un angel.
Benjamín tenía una guitarra y cantaba, como muchos barberos de aquella época. Mientras hablaba de sus conquistas con el resto de la clientela yo me sentía como una oveja cuando me afeitaba la parte de atrás de la cabeza.
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