viernes, 30 de julio de 2021

LA CHICA Y EL PERRE




Hacía una mañana espléndida. Caminaba en mi ruta circular cuando me tropecé con un perro que se lanzó a olisquearme. No quise parecer descortés y dije lo primero que se me ocurrió mientras lo acariciaba:
-¡Qué bonito! ¿O bonita…?
Su dueña, una chica joven, me espetó visiblemente molesta:
-Ni bonito ni bonita, no es género binario. Es un «perre».
No supe qué contestar, así que me disculpé como pude y continué mi camino. Parecía que la chica y su perre también paseaban y, como lo hacían en sentido inverso a mí, no podía evitar cruzarme de frente cada cierto tiempo con ellos.

En el momento en que esto sucedía, se me hacía imposible ignorarles sin más fingiendo que no existían, así que ineludiblemente esbozaba una sencilla sonrisa que

seguramente diera lugar a una mueca desagradable. Tal vez fuera espantosa, incluso terrorífica. No obstante, actuaba sin acritud, con la pretensión de suavizar asperezas.
En el tercer encuentro, la chica se detuvo y declaró:
-¿Podría ir a caminar a otro lugar? Me hace sentir muy incómoda.
Incómoda.
Entonces no pude más y argüí:


-Disculpe, yo soy el Demiurgo, el ordenador del caos, constructor del Universo; el artífice del mundo que usted conoce. Si dejo de caminar por este sendero circular, toda la existencia se desintegrará a mi paso dejando lugar al vacío y las formas más simples de la materia.


Esa respuesta pareció dejarle atónita. Esperé no verla de nuevo en la siguiente circunvalación, pero no fue así. Vuelta tras vuelta, rodeo tras rodeo, ella y su pequeño animal parecían mirarme con la misma inquina y recelo, como si pretendiesen apropiarse del camino y expulsar del mismo a todo aquel cretino que osara quebrantar su felicidad tempranera.
Colmada mi paciencia, decidí darme por vencido y variar mi rumbo. Entré en la cafetería más cercana, saludé y pedí por favor un vaso de agua y un café cortado.
Poco tiempo después, comenzaron a escucharse gritos desgarradores por doquier entretanto el universo también se desgarraba. Mientras se alejaban las moléculas asexuadas de todo lo existente y de nuevo se sumía el Todo en la más completa oscuridad y silencio, intenté consolarme con el prodigioso aroma que rezumaba aquella inmutable y caliente taza de porcelana.
Nada ni nadie pudo medir el tiempo que transcurrió hasta que bebí un sorbo de aquella maravilla que reposaba entre mis manos. Pensé en voz alta:
-Quizá no haya sido un desastre absoluto. Tal vez la próxima vez.

Israel Gajete, de la Colección Privada: «Micro-Relatos y Encuentros en la Tercera Frase».

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