Marx Ernst, Dubuffet o Jean Cocteau. Y el álter ego femenino de Man Ray en aquel París del inicio de los años 30 que bullía de creatividad y talentos. Lee Miller fue una de las grandes damas de la fotografía de la primera mitad del siglo XX, una corresponsal de guerra que reflejó como pocos la Segunda Guerra Mundial y una influyente artista del surrealismo con voz y obra propia pese a no ser tan conocida por el gran público como su afamado compatriota norteamericano. Quizás porque este, con los años, acabaría por omitir e incluso negar que una de las técnicas fotográficas que le hizo famoso, la solarización o también llamado efecto Sabattier, era cosa de dos: de Lee Miller y Man Ray.
Esta legendaria fotógrafa (1907-1977) consolidada modelo de Vogue y Vanity Fair, la bellísima Miller acababa de cambiar Nueva York por París para continuar su carrera y sobre todo convertirse en discípula de una de las figuras ya por entonces más influyentes del movimiento surrealista.
Durante tres años, Miller y Man Ray compartieron en la capital francesa sus vidas profesionales y personales. Rápidamente, la alumna se equipararía al maestro, y nació una intensa colaboración artística que hacía muy difícil distinguir entre el trabajo del uno y la otra. La joven abrió su propio estudio. Y pese a que el artista se lo atribuyese años más tarde en solitario, fue Miller la descubridora accidental de la solarización, esa técnica que produce el efecto de un halo inverso alrededor de la imagen. Ocurrió cuando una rata le pasó por encima del pie, estando revelando en el cuarto oscuro unos negativos de placa de vidrio, y encendió la luz.
Resulta flagrante no solo la estrecha asociación artística con Man Ray, sino también que la entonces joven fotógrafa tiene obra propia del mismo nivel que el afamado artista. Son muchos los ejemplos en el arte de parejas en las que el hombre domina en reconocimiento.
El único hijo de Miller, Antony Penrose, reveló que su madre, pese a tener él ya 30 años cuando ella murió en 1977 retirada en su granja de la campiña británica en Sussex, era "prácticamente una extraña" para él, en el sentido artístico. "Desconocía por completo el volumen y calidad de su obra y fue tras su muerte cuando descubrí sus fotografías casi por casualidad". Y sin embargo, algunas de esas imágenes, o los retratos de Picasso, Miró, Cocteau o Marlene Dietrich, son hoy iconos. Aunque muchos desconozcan el nombre de su autora.
Lee Miller tenía una mirada surrealista que incluso explotó y trató de compaginar con sus etapas más comerciales, como cuando fue retratista venerada de la sociedad neoyorquina, sus años de vida indolente en el Cairo junto a su primer marido, o cuando tras separarse, llegó a Londres para trabajar como fotógrafa de moda para Vogue.
Allí conoció a su segundo marido, el pintor británico surrealista Roland Penrose. Pero antes de retirarse en 1947 a la granja en la que seguiría recibiendo y retratando a los más grandes artistas del siglo XX, realizó sus trabajos más importantes: fotografiar como corresponsal la II Guerra Mundial, durante y después, con sus victorias y sus horrores, sus esperanzas y sus desengaños. Es uno de los grandes legados que deja, imágenes fundamentales que van desde los campos de batalla, la liberación de París o los campos de concentración, a la quema de la casa de Hitler o la ejecución del primer ministro húngaro Lazlo Bardossy.
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